Y se abrió el sexo originario inundando todo su cuerpo unificándola con el universo.
El niño cobra la iba enrrendando con los vivos, con los muertos y los venideros.
Todo la envolvía.
Todo lo sentía porque todo era ella misma, la madeja interminable.
Y le cambió el sentido desmadejándola en la armonía centrípeta-centrífuga
haciéndola permanecer en su plena órbita, planeta de la pasión del misterio desconocido.