Si la marea nos impulsara a todos trascendentes del ego
en una media aritmética del dolor y de las alegrías,
navegaríamos en el mar de la alquimia divina
viviendo por un solo destino,
el oro de nuestro vellocino,
sobrehumano del genio
y cada canto a su nivel.
Y lo cotidiano y lo sublime
es siempre belleza y verdad si ansía ser reflejo de su lado infinito
siendo teselas de la esencia, estrellas eternas de nuestra verdadera luz en el vacío.
Principio sin fin porque somos parte de lo mismo renovando el mosaico de su laberinto.