Se nos va la vida gastando nuestra energía en preocupaciones banales, quebraderos de cabeza que no sirven para nada, preocupándonos de cosas que aún no han sucedido, elucubrando cosas que no podemos solucionar …
y así nos vamos perdiendo segundos, minutos, horas, días, años de disfrutar de la belleza que nos rodea en el universo. De la única verdad que existe, de lo que nos unifica…
…de los colores, de la luz, de las sombras, de los reflejos, de una mirada, del vuelo de los pájaros, de una sonrisa, de una caricia, , de una canción, de una melodía, de un cuadro,…
se nos escapa de las manos…,
…de lo maravilloso que es conocer más profundamente a las personas…,
de lo maravilloso que es dar, amar…,
¡Cuántas cosas nos vamos perdiendo en el camino!
Cuando se pueda actuar ante un problema es en ese momento cuando, con la mente lo más clara posible, hay que valorar cuál es la solución que mejor nos conviene y que sus consecuencias perjudique menos a los demás y actuar en el momento adecuado.
La energía que se tenga en cada momento hay que dirigirla a realizar aquello que cada uno desea, aquello que se anhela y que a lo mejor aún no se ha descubierto («musas dormidas»).
No hay que dejarse arrastrar por la marea, por los deseos de los demás, por el qué dirán, por el compromiso…
Siempre hay que valorar en dónde debes estar, qué es lo que debes de hacer, con quién tienes que estar, pero siempre, desde tu punto de vista interior y siempre de la manera que consideres que sea lo mejor para el mayor número de personas aunque tú no seas uno de ellos.
La energía de cada uno es un tesoro, un regalo y hay que dirigirla y no malgastarla.
Por desgracia la desigualdad del reparto de la misma es una injusticia y cruel porque no todos tienen la misma ni el mismo tiempo de vida para emplear. Algunos nos dejan en la primavera…